Ser virgen en la adultez
A pesar de que comenzar a tener relaciones sexuales es una de las decisiones más singulares y personales que una mujer puede tomar, la presión social y los prejuicios que la rodean son evidentes.
El mundo publicitario empuja a las jóvenes a iniciarse en la sexualidad a edades cada vez más tempranas. En la red, podemos encontrar infinidad de encuestas, tests y estadísticas acerca de “la edad correcta para tener sexo”. Todo esto, sumado a la competencia, el bullying y la discriminación que existe dentro de las escuelas en torno a esta temática, hace difícil para una adolescente tomar la decisión con libertad.
Superada esta complicada etapa y alcanzada cierta edad, si una mujer permanece virgen, parecería haber solo dos causas posibles: que sus creencias religiosas la lleven a esperar hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales, o que tenga algún “problema” (a tratar urgentemente con su terapeuta).
Sin embargo, sabemos bien que esta idea es completamente falsa. En primer lugar, existen infinidad de motivos, más allá de la religión, por los que una mujer adulta elegiría no tener sexo: no haber encontrado la persona indicada, no estar preparada, o simplemente no sentir deseos de hacerlo.
Por otro lado, hay quienes poseen una visión muy limitada de lo que una relación sexual implica: casi como si fuera un concepto de la medicina, aseguran que la virginidad se pierde solo a partir de la penetración y posterior rotura del himen. No consideran otros modos de intimidad y contacto con el otro, que pueden ser tanto o más intensos. Según esa anticuada noción, por ejemplo, muchas mujeres homosexuales serían consideradas vírgenes a pesar de sus años de experiencia y de las relaciones que hayan atravesado.
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